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Pozo Barredo más que leyenda

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El encierro de 36 sindicalistas marcó un antes y un después en la minería asturiana

Foto: Villa y Hevia y otros sindicalistas durante su encierro en el pozo Barredo, iniciado la noche del 23 de diciembre de 1991.

La Voz de Asturias. 24/12/2011 / J.M.HUERGA LANGREO/MIERES

Apenas se habían mentalizado de que aquella noche dormirían en el pozo Barredo, a más de 300 metros bajo tierra. Tumbados sobre tableros de madera y cartones, 36 mineros, las ejecutivas en pleno del SOMA y CCOO, casi no pegaron el ojo. La cosa no estaba como para dormir a pierna suelta.

 

Cuando al filo de la medianoche del domingo 22 de diciembre de 1991 ese puñado de sindicalistas se encerró en la cuarta plaza del pozo mierense era porque no había otra salida para frenar el plan de ajuste en Hunosa. Había que doblar el brazo del INI y, por extensión, del Gobierno socialista de Felipe González, que defendía recortes en la hullera, con cierre de pozos y despidos masivos de mineros.

 

Finalmente, tras 12 días en las tripas de la mina, los mineros pusieron fin a su protesta tras lograr voltear los planes de la reconversión minera en Hunosa. Para la mayoría, el encierro en Barredo es ya un hito en la historia del sindicalismo minero asturiano.

 

1991 fue un año de intensísima actividad sindical. El Instituto Nacional de Industria (INI) planteaba un plan estratégico para Hunosa con un ajuste de tal calibre que, en la práctica, suponía una reestructuración traumática de la minería asturiana y, por extensión, de la española. No hay que olvidar que la empresa pública minera tenía por entonces cerca de 20.000 trabajadores. Por tanto, el órdago del INI en Hunosa era un termómetro de los planes del gobierno para toda la minería española.

 

Las direcciones de SOMA y CCOO, con sus líderes al frente, José Ángel Fernández Villa y Antonio Hevia, celebraron un sinfín de reuniones durante 1991 en busca de una salida negociada al plan de ajuste de la hullera. Los sindicalistas recuerdan que se celebraron más de 30 encuentros. Pero, al final, y viendo que era un callejón sin salida, ambos sindicatos mineros decidieron que había que dar un puñetazo en la mesa. Y se acordó que la movilización se haría con un encierro. Así comenzó en la medianoche de aquel 22 de diciembre de hace dos décadas la protesta de los mineros asturianos.

 

Las cúpulas Junto al simbólico encierro que durante 12 días protagonizaron las cúpulas sindicales de SOMA y CCOO, las calles de las cuencas se convirtieron durante casi dos semanas en un polvorín, con duros enfrentamientos entre mineros y fuerzas de seguridad en las calles de Mieres.

 

El clima de protesta se extendió de las galerías de Barredo a toda la cuenca minera. A ello ayudó la huelga de cuatro días que, por sorpresa, convocaron a partir del día 23 de diciembre los mineros de Hunosa. En los municipios mineros prácticamente se paralizó toda actividad en aquellos días de las navidades del 91.

 

La tensión en la calle crecía a medida que pasaban los días de encierro. Los incidentes se sucedían, con enfrentamientos violentos entre antidisturbios y mineros. Nunca como en aquellos días se vivieron escenas propias de la guerrilla urbana, con emboscadas y altercados por doquier.

 

El fuego cruzado se hacía cada vez más intenso. A las pelotas de goma o botes de humo que lanzaban las fuerzas policiales, los mineros contraatacaban lanzando voladores con tubos lanzadera o arrojando petardos de dinamita.

 

Batalla campal Mientras en las calles se sucedían batallas campales, en Barredo, a más de 300 metros de profundidad, los 36 sindicalistas, con Villa y Hevia al frente, pasaban las horas lo mejor que podían. Según pasaban los días la preocupación y las huellas del encierro se hacían notar. Pero había que mantener la moral alta. Mataban el tiempo con partidas de tute y lectura de la prensa. Hasta llegaron a acondicionar una parte de la galería como sala de estar y construyeron bancos, percheros y mesas.

 

Los testimonios de algunos de los protagonistas del encierro en Barredo hablan del frío de la mina y de que los botes de humo de los antidisturbios caían por la caña del pozo cuando había altercados en el exterior. Aún se emocionan algunos de los dirigentes sindicales consultados por este periódico cuando recuerdan como, en la Nochevieja de 1991, cantaron Santa Bárbara Bendita a capella y junto con los concentrados en el exterior de la mina, acorralados por la policía. Fue un momento en el que la emoción se desbordó y “alguno rompió a llorar”.

 

Un destacado dirigente del Soma en aquellos días, que ahora prefiere no dar su nombre, recuerda cómo se inició el encierro. “Cogimos al maquinista de extracción para que nos bajase en la jaula. Esa noche hacía un frío de morirse”.

 

Este dirigente minero resume los logros del encierro: “Teníamos una manera de salir del encierro que pasó porque los que dejaran la actividad minera no se fueran con el despido, sino con prejubilaciones. Además conseguimos fondos para reactivación de las cuencas”. Para este sindicalista, en Barredo “se forjó el futuro de las comarcas mineras”. A la salida del pozo confiesa que muchos pensaron: “este tirón lo hemos aguantado, ya veremos el siguiente”.

 

Para Balbino Dosantos, hoy diputado regional y entonces dirigente del SOMA, los días de encierro fueron “inolvidables”. Una protesta que asegura que “fue un punto de inflexión en los planes futuros de reindustrialización minera”.

 

Esos largos días en las tripas de la mina también sirvieron, según Dosantos, para “forjar una unidad sindical” que se cimentó durante la protesta por más que, en ocasiones, “surgieran momentos de tensión y roces al leer la prensa durante el encierro”.

 

Lorenzo González Olivenza, de CCOO, no olvida que en Barredo pasó “las primeras navidades alejado de mi familia”. Aquella protesta, a su juicio, sirvió para “impulsar la unidad sindical y confirmar que teníamos el apoyo de la sociedad de las cuencas”.

 

En lo personal, se queda con la visita que Nicolás Redondo y Antonio Gutiérrez, entonces líderes de UGT y CCOO, hicieron a los encerrados el día de Año Nuevo de 1992. Dice Olivenza que aquel día “tuve la sensación de que podíamos ganar la batalla”. Ahora, 20 años después, no duda de que el encierro “fue un aldabonazo con el que logramos romper una dinámica de liquidación de la minería”.

 

Negociación Lo mismo piensa su compañero Fabián Álvarez. “Había en el gobierno de entonces una posición de cierre total de la minería, sin alternativas, que seguía el modelo tacheriano”. Una tendencia que con la protesta “logramos cambiar, conseguimos que se sentarán a negociar”.

 

El veterano dirigente sindical de CCOO destaca que los sindicatos “logramos que, tras el cierre de pozos, no quedase ningún minero excedente en la calle y que todos se recolocasen”.

 

Respecto al encierro, el sindicalista recuerda que, pese a que estaba planificado y, “48 horas antes todos sabíamos de qué estábamos discutiendo, se llevó con discreción”. Admite que las horas previas se vivieron con inquietud porque “sabíamos cómo y cuándo entrábamos, pero no cuándo saldríamos”.

 

Los preparativos, en su caso, consistieron en despedirse de la familia. Fabián Álvarez aún recuerda “que aquel día fui a ver a mis padres y mis suegros y les dije: nos vamos a encerrar en Barredo”.

 

“Los primeras horas del encierro fueron las “las más tensas, porque no teníamos claro aún si la dirección de la empresa iba a permitir que nos bajaran víveres” al interior del pozo”.

 

“A hostia limpia” En la cuarta planta de Barrero, Fabián Álvarez señala que los encerrados tenían dos preocupaciones principales. Por una parte, “miedo de que hubiese un accidente desgraciado en los enfrentamientos entre antidisturbios y mineros”. Asimismo, los sindicalistas temían que la espiral de violencia que se vívía llegase al pozo “y entrara la policía y nos sacaran a hostia limpia”.

 

A su juicio, el encierro de Barredo y todo lo que lo rodeó “fue bestial, no hay parangón en la historia minera”. Un episodio que cree que “se podría volver a repetir si nos colocan en un callejón sin salida, como el cierre en 2018, aunque las protesta sería menor al no haber los 20.000 mineros de 1991,sino poco mas de 2000”.

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