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25-M: el día en que se equivocaron todos (menos uno)

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 La Voz de Asturias. 27/03/2012 00:00 / Antonio Avendaño

Amarga victoria del PP y dulce derrota del PSOE. En 1996, la célebre frase de Felipe González fue solo una frase, tal vez no exenta de resentimiento, que la realidad se ocupó de desmentir en pocas semanas. En 2012 la frase no es solo una frase: es la fiel descripción de lo que ayer sucedió en Andalucía. El Partido Popular obtuvo la más amarga de sus victorias: la victoria que sabe de sí misma es cualquier cosa menos una victoria propiamente.

 

Las primeras pistas del desastre que se avecinaba las daba el número dos del PP andaluz, Antonio Sanz, cuando todavía no eran las nueve de la noche y no había datos fiables del escrutinio recién comenzado. La pista no fueron las convencionales y poco convincentes palabras de Sanz. La pista era su cara. No había pasado una hora desde el cierre de los colegios, pero la suya no era la cara de un vencedor. Se felicitó por la victoria del PP en Andalucía, pero se felicitó poco y mal, se felicitó desganadamente, como intuyendo que la noche más hermosa que habían augurado todas las encuestas había de convertirse una hora y media después en la noche más amarga para la derecha andaluza en los 35 años de democracia. La felicidad en política se mide por el grado de cumplimiento de las expectativas, y la del PP en estas elecciones eran las más altas que nunca tuvo a este lado de Despeñaperros. Por una vez tenía el Gobierno de Andalucía al alcance de la mano. Lo decía todo el mundo. Lo creía todo el mundo. Tenía a su favor el paro desbocado, el escándalo de los ERE y el cansancio de treinta años de mandatos socialistas.

 

Y sin embargo no pudo ser: en las andaluzas del 25-M Javier Arenas ha perdido 400.000 votos con respecto a las generales del 20-N. Demasiados votos para no quedar políticamente malherido. Desde el balcón de la sevillana calle San Fernando, Javier Arenas supo aguantar el tipo, como intentaban aguantarlo los ministros Cristóbal Montoro y Fátima Báñez, el alcalde de Sevilla y la alcaldesa de Cádiz o el propio Antonio Sanz. Bajo el balcón de la sede popular reinaba la desolación. Los aplausos apagados apenas llegaban hasta el concurrido balcón. Báñez procuraba conservar su sonrisa, pero la pobre no podía advertir que la suya era una sonrisa mortalmente helada. Montoro estaba serio como sólo sabe estarlo un ministro de Economía en tiempos de crisis y sin un expresidente socialista a mano al que poder seguir echándole la culpa de todo. El alcalde Zoido dejaba caer su cabeza sobre el pecho, como sin fuerza para sostenerla vertical. Y Sanz... ay, Sanz: la intervención de Arenas duró demasiado tiempo y a medida que pasaban los minutos la mirada de Sanz se volvía cada vez más lejana y más perdida. Es duro ganar sabiendo que tu victoria es puramente nominal. Que tu victoria no es una victoria, sino una sombra, una ficción.

 

Por su parte, Javier Arenas intentaba sonreír desde el balcón del PP, pero ni siquiera un artista de su talento era capaz de disimular la decepción de un aciago resultado que lo dejaba a cinco interminables escaños de la mayoría absoluta sin la cual le será imposible ocupar el Palacio de San Telmo.

 

Esta era su última oportunidad y él lo sabía. Sabía que lo era, pero estaba convencido de su victoria. Tras esta derrota, su futuro como líder de la derecha andaluza tiene fecha de caducidad. Nadie la conoce, pero la tiene. Puede que Mariano Rajoy lo haga ministro en su primera crisis de Gobierno, pero ya no será lo mismo que antaño. El Arenas que regrese a Madrid será la sombra de lo que fue. No será el hombre que le ganó al PSOE en Andalucía, sino que el hombre que no consiguió convencer a un número suficiente de andaluces pese a que lo tenía todo a su favor. Arenas no ha sumado, sino que ha restado, y cuando un político empieza a restar, sus días de gloria están contados.

 

¿Por qué no ha logrado el PP la victoria que esperaba lograr y que todos daban por segura? Realmente nadie lo sabe. Pocas veces unas elecciones habían deparado una sorpresa de tal envergadura. En principio, el PSOE no ha hecho una gran campaña. O al menos eso es lo que viene diciendo todo el mundo. Habrá que concluir que todo el mundo estaba equivocado. Pero es que en realidad el 25-M pasará a la historia política andaluza como el día en que todo el mundo se equivocó. Los encuestadores, los periodistas, los sociólogos, los políticos, los analistas... ¡Santo Dios, no acertó absolutamente nadie! Las razones de esa estruendosa falta de acierto habrá que ir buscándolas en los días venideros, pero será una búsqueda ventajista, una búsqueda que intentará ocultar en lo posible el hecho intelectual y políticamente crucial de que nadie había advertido la poderosísima corriente electoral de fondo que ha frenado el aparentemente imparable ascenso del PP desde las municipales de mayo pasado. Tal vez ha funcionado el olfato del pueblo andaluz, que sospecha que una derecha española sin contrapeso político ni territorial alguno es mal negocio para España y pésimo para Andalucía.

 

En todo caso, el resultado da toda la razón al líder socialista José Antonio Griñán, artífice de la decisión de separar las elecciones andaluzas de las generales de noviembre. Esa decisión ha salvado al PSOE andaluz, desmoralizado y dividido tras el congreso federal que dio la victoria a Alfredo Pérez Rubalcaba frente a Carme Chacón, por quien Griñán había apostado. Esa decisión ha salvado también al propio Griñán, que podrá renovar su mandato como secretario general de los socialistas andaluces. Su estatura y su crédito político han crecido en un día lo que no habían crecido en tres años. Eso en el caso de que administre con sabiduría su dulce derrota. Y en esta ocasión la sabiduría consiste en escuchar atentamente lo que Izquierda Unida tenga que decir y tenga que proponer. Griñán tendrá que extremar su imaginación para ser capaz de ponerse en el lugar del otro, pues de la decisión de ese otro, que es IU, dependen muchas cosas: cosas que van más allá de Griñán y más allá de la propia IU.

 

Y precisamente IU es la gran vencedora de estas elecciones. La vencedora indiscutible, y no solo porque, con el tenaz Diego Valderas al frente, ha doblado su número de diputados pasando de seis a doce, sino porque el destino la ha situada en la encrucijada histórica más importante de toda su trayectoria, no sólo en Andalucía, sino en España. IU ya obtuvo un espléndido resultado en las andaluzas del 94, pero no supo administrarlo. No entendió entonces que un buen porcentaje de los votos conseguidos eran votos prestados, votos que una parte del electorado de la izquierda había decidido cederle para ver qué hacía con ellos. Con aquellos votos del 94 hizo una pinza y pagó un precio altísimo por ello. De hecho, se trata de un precio que ha venido pagando durante largos años. Precisamente hasta este 25-M en que la coalición ha adquirido un nuevo y poderoso brío.

 

Puede y debe marcarle el rumbo al PSOE, pero no puede ni debe humillarlo. Puede y deber promover un viraje del PSOE hacia la izquierda, pero no puede ni debe promoverlo de 180 grados porque entonces todos podríamos irnos a pique. No va a ser nada fácil.

 

Los recortes que vienen son inevitables y gestionar esa inevitabilidad no va a ser fácil. Pero tampoco los andaluces van a pedir milagros a su Gobierno. No le pedirán que acabe con el paro porque saber que no puede hacerlo. Pero sí le pedirán otra manera de hacer las cosas, de hacerlas con más rigor, con más transparencia, con más sobriedad, con más cercanía hacia esa inmensa legión personas débiles y decentes que están pagando una durísima penitencia por los gravísimos pecados cometidos por otros.

 

De alguna manera el 25-M ha sido el día que en que todos se equivocaron. Periodistas, políticos, analistas... ¿Todos? Puede que no todos. Puede que el 25-M haya sido también el día en que un buen número de personas débiles y decentes tuvo el rasgo de lucidez y clarividencia que hizo posible lo que las élites que dicen representarlas creían imposible.

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