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Con el Hospital San Agustín como testigo

Con el Hospital San Agustín como testigo
 
Adios a una gran compañera y mejor persona
17.06.12 - 03:37 -

A los 14 años, María Villamor (Mellid, Galicia, 1955) tenía apuntado en una libreta cómo se imaginaba que sería su vida. Con 21 llegó al Hospital San Agustín y ahora, ya jubilada, asegura feliz que casi todo le salió como quería.
Por tres días no cumplió 36 años en un hospital que se lo dio todo: compañeros, amigos, apoyo cuando más lo necesitó y hasta el amor. El 11 de mayo de 1976 entró a trabajar después de haber conseguido por oposición, las primeras del Insalud, una plaza en el servicio de lavandería. En diez días ya había conocido a Tino, un albañil «muy parlanchín» que formaba parte de la plantilla hospitalaria y que ahora es marido y padre de Lucía y Rosalía, las dos hijas del matrimonio, que como no podía ser de otra manera también nacieron en el San Agustín.
El pasado 8 de mayo se jubiló. Atrás queda una trayectoria profesional que desarrolló primero en lavandería y posteriormente, en diferentes servicios del hospital. En 1991 pasó a formar parte del servicio de admisión de Urgencias, trabajó cinco años en el archivo y otros doce en el servicio de codificación. Como consecuencia de un grave accidente tuvo que pasar 30 meses de baja antes de incorporarse al servicio de Atención al Paciente durante año y medio, seguir en información dos años, seguir en citaciones y finalizar en el mismo servicio, pero en la tercera planta.
Alegre, pero con mucho carácter, una de sus grandes pasiones siempre fue el baile, que tuvo que dejar aparcado tras el accidente que sufrió junto a su marido y una sobrina de este. Todavía recuerda, como si fuese ayer, el día que los dos salieron de trabajar y se fueron a una verbena a pasar toda la noche bailando antes de volver al hospital con las suelas de las alpargatas que llevaba casi destrozadas. Y aunque dice que quizá le hubiera gustado considerar esa salida profesional, tampoco ha elegido mal.
En una carrera de más de tres décadas atesora muchas anécdotas y recuerdos imborrables de esos que no se pueden contar, generalmente protagonizados por compañeros de uno u otro servicio. Y también una larga lista de personas, primero compañeros y después amigos, que la han marcado. Como Marián, de las primeras compañeras, o Trini, con la que trabajó dos años antes de fallecer por culpa de un cáncer. Nunca olvidará, tampoco, el apoyo recibido cuando le tocó ser paciente desde que llegó en ambulancia a Urgencias hasta que pudo marcharse antes de regresar otra vez como trabajadora de la casa. Porque, para ella, el hospital siempre fue mucho más que su lugar de trabajo y Avilés es, desde hace más de media vida, más que su casa. Los primeros años iba feliz desde su habitación con derecho a cocina en Galiana, después desde su piso de casada en Raíces y al final desde la avenida San Agustín.
Aún se acuerda de algún agradecimiento en forma de décimos de lotería y de cesta de Navidad, y eso que cuando llevaba cinco meses en plantilla tuvo la oportunidad de marcharse al Valle del Nalón. Al principio creyó que renunciaba a algo, pero ahora sabe que salió ganando. Tal y como tenía apuntado.

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