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Fin de carrera tras 38 años de bisturí

 

El cirujano avilesino Siro Pérez cuelga la bata por jubilación en el esplendor de una carrera profesional que le dio fama como experto en intervenciones de cáncer de mama

01.12.2013 | 01:26 


Fin de carrera tras 38 años de bisturí

Cirujano especializado en cáncer de mama

Francisco L. JIMÉNEZ ¡Qué caprichoso es el destino! La primera mujer a la que operó se llamaba Carmen... y la última también; ambas como su esposa, igualmente Carmen. Y entre ambas -38 años mediante- cientos, quizás miles de mujeres pasaron por las manos expertas del cirujano Siro Pérez Álvarez (Avilés, 6 de diciembre de 1948). Unas manos que, vistas de cerca, no tienen nada de especial. Aquellas mujeres, sin embargo, sí que eran especiales: tenían el corazón en un puño porque les habían detectado un cáncer y la forma más factible de vencerlo era extirparlo. A veces, con el premio de seguir viviendo; otras, afortunadamente cada vez menos, con el triste resultado de la muerte. El cirujano perdió la cuenta de cuántas mujeres intervino al poco de empezar a contarlas; tampoco sabe el porcentaje de éxito. Lo único que dice saber cierto es que "todo lo vivo se muere". Y quien decide cuándo, para él que se declara un hombre cristiano, es "el de arriba". El mismo que preside la mesa de su despacho en forma de ostensible crucifijo.

Siro Pérez Álvarez, hijo del matrimonio que regentó durante décadas la popular tienda de ultramarinos "Siro" en el centro de Avilés, accede a descorrer la cortina de su vida con motivo de su jubilación forzosa, que será efectiva el mes que viene. Fue pionero del Hospital San Agustín, tanto que el área de Cirugía la estrenaron él y el doctor Eulogio Palacio en 1975; luego llegaron Manuel Devesa y así hasta 38 cirujanos. Es decir, el doctor Pérez lleva cuatro décadas haciendo filigranas con el bisturí y por increíble que parezca, en todo este tiempo apenas ha tenido proyección pública. Él dice que es de natural discreto. No obstante, en su entorno profesional sostienen que ha sido una persona tan modesta y volcada en su oficio que siempre prefirió ocupar un segundo plano a formar parte de las habituales rebatiñas hospitalarias por cargos o prebendas. Y esas mismas fuentes añaden que muy probablemente la administración sanitaria haya sido injusta con Siro Pérez, porque su valía como cirujano es incuestionable.

Sin antecedentes familiares médicos -salvo su hermano, primero médico y ahora catedrático-, Siro Pérez decidió estudiar la ciencia de Hipócrates a raíz de una apendicitis de la que tuvo que ser intervenida su madre. La operó con éxito el doctor Cándenas y aquel adolescente preocupado por la salud de su progenitora quedó admirado de la capacidad de los médicos para "dar vida". Y quiso ser uno de ellos. Estudió en Santiago de Compostela y tuvo su periodo de aprendizaje en Oviedo con los doctores Cándenas, Camblor y Cabeza. Sí, ahí empezó la letra "c" a cruzarse en su vida. Luego vino Carmen, la que sería su mujer, y Carmen, la primera paciente que operó en el Hospital San Agustín. Corría marzo de 1976.

"Fui un estudiante normalito, del montón. No sacaba matrículas, ni mucho menos. Ese era mi hermano", comenta con buen humor el cirujano. Especializado pronto en cirugía mamaria, la primera intervención de ese tipo la hizo Siro Pérez en octubre de 1976. Y desde entonces el San Agustín no ha dejado de hacerlas, casi siempre con él a los mandos del quirófano. "La reputación de Siro trasciende fuera de Asturias, posiblemente estemos despidiendo estos días a uno de los mejores cirujanos de mama de toda España", asegura con admiración un colega hospitalario.

Formado en ambientes médicos donde aún se daba importancia a las formas, Siro Pérez respetó siempre los tres consejos que le dieron sus mentores: ser puntual y por deferencia a los pacientes, llevar corbata y tratarles de usted. "Hubo un tiempo en que yo fui "don Siro", luego me convertí en "un señor bajito con gafas, tirando a gordo y con mala uva". Sí, los tiempos han cambiado tanto que hoy en día hasta hay pacientes que se atreven a discutir a los profesionales el diagnóstico o el tratamiento...", comenta sin asomo de reprobación.

La supuesta "buena mano" de Siro Pérez con los tumores mamarios -el campo donde se labró su fama- no tiene, según él mismo explica, mayores secretos: mucho estudio, reciclaje continuo, procurar estar al tanto de las novedades científicas y pelear por conseguir que el hospital disponga de los más modernos métodos diagnósticos y clínicos. Algo, esto último, que no siempre es factible y menos en tiempos de crisis. Los allegados al doctor aseguran que Pérez se va del hospital con la espina clavada de no haber podido dejar implantada la técnica de cirugía reconstructiva de mama, una novedad beneficiosa para las pacientes en el sentido de que en una misma intervención se extirpa el tumor y se reconstruye el seno afectado.

"Yo defiendo la convivencia de la sanidad pública y la privada, con la consideración de que la pública tiene que tener los mejores y más punteros medios. Pero claro, la tecnología cuesta dinero y si no lo hay...", comenta el cirujano. Amigo de las "frases redondas", remacha el asunto: "La salud no tiene precio, pero la sanidad cuesta muchísimo dinero".

De su estrecha relación con el cáncer, Siro Pérez ha aprendido varias cosas. Por ejemplo, que nunca debe ser infravalorado: "Dejé de dar esperanzas claras a mis pacientes cuando en cierta ocasión una mujer que presentaba un cuadro favorable tuvo complicaciones y acabó muriendo. Es el día de hoy que su marido me sigue diciendo: "Pero Siro, si tú me dijiste que se curaría", No, hace muchos años que dejé de dar garantías porque científicamente no tengo argumentos para defenderlas y tampoco doy esperanzas porque no soy Dios, sólo su brazo ejecutor".

Del cáncer, el doctor Pérez también aprendió que se puede contener e incluso vencer, y si es de mama con altos porcentajes de éxito, "si bien el conocimiento que se tiene de la enfermedad aún es mucho menor que el desconocimiento". En este sentido, Siro Pérez se declara un rendido admirador de investigadores asturianos como López Otín, de la Universidad de Oviedo, o José Vizoso, del Hospital de Jove: "Son auténticos cracks, es un privilegio tenerlos en Asturias. Ojalá no los perdamos nunca".

El futuro de esta fatídica y "democrática" dolencia -Pérez subraya el hecho de que el cáncer iguala a todas las razas, sexos y clases sociales- pinta optimista para un cirujano que lleva toda su vida en estrecho contacto con sus consecuencias; sólo una vez se echó a un lado y fue cuando la mujer que estaba enferma era su madre. "Es batible; cuanto más se le conoce, menos se le teme", afirma rotundo. Lo que no se atreve a pronosticar es cuándo se podrá declarar la batalla ganada: "Por medio de vacunas, del análisis genético, de terapias preventivas, del diagnóstico molecular, de las terapias diana... Hay muchos caminos abiertos y los avances son espectaculares. Tengo fe y creo también, por cierto, que los cirujanos cada vez pintaremos menos en la curación de los cánceres: el futuro pasa por lo "micro" (en alusión a los tratamientos a escala molecular)".

Lo anterior lo dice un hombre que habla con cierto espanto de los tiempos pioneros en los que una intervención de mama era extremadamente traumática, con extirpaciones de senos al ras de las costillas, con secuelas graves, con menores esperanzas de vida... Hoy los médicos como Siro Pérez son capaces de diagnosticar y eliminar cánceres inferiores a un milímetro de calibre. De ahí las importancia de las revisiones periódicas. "Y de llevar buenos hábitos de vida; hay teorías muy sólidas de que el cáncer no deja de ser una intoxicación celular fruto del bombardeo de agentes químicos al que sometemos nuestro cuerpo", añade.

¿Y la muerte, esa compañera inseparable del quehacer de un cirujano? ¿Cómo es la relación de Siro Pérez con la parca? "Decía mi abuela un dicho: "Nunca cayó un cura de una castañal" Y viene al caso: los pacientes se les mueren a los cirujanos, no a los panaderos. No es que te acostumbres a ello, pero lo acabas asumiendo como algo consustancial al oficio. En el fondo, un cirujano no juega a ser Dios sino que lo ayuda en lo que puede".

La cara alegre de esa moneda, la que se opone a la muerte, se llama vida, la que en tantas ocasiones ha contribuido a salvar gente como Siro Pérez, al que antiguas pacientes paran por la calle para reiterarle por enésima vez que le deben estar vivas: "Eso es reconfortante, pero hay que tener cuidado con endiosarse; un día te creces y al siguiente viene Paco con la rebaja a ponerte en tu sitio".

Los planes inmediatos de este cirujano a punto de jubilarse pasan por recompensar a su esposa las muchas horas robadas para el oficio, hacer obra benéfica (que bajo ningún concepto quiere que se haga pública) y vivir. Quizás también seguir escribiendo cuartetas en bable, como la que leerá el día 20 en el acto donde el Hospital San Agustín despedirá a 38 de sus trabajadores. Y es que Siro Pérez es aficionado a la escritura, si bien su pudor le impide publicar esos trabajos: "Quita, quita, esto es un divertimento de andar por casa".

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