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«La Ley de la Dependencia es un fraude»

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El Comercio. 23.02.14 - 01:47 - CHELO TUYA | GIJÓN.

 Necesita asistencia para todas las actividades de la vida diaria, pero el nuevo copago la obligó a renunciar a la atención a domicilio pública

Diplomada en Empresariales. Experta en orientación laboral y en declaración de la renta. Actualmente, desempleada. Además de sus extensos conocimientos en informática, en el currículo de Marimar Álvarez aparece marcada la casilla de discapacidad. Esta gijonesa, de 41 años, tiene reconocido el máximo grado de dependencia, el III, debido a su atrofia espinal.

Se trata de una dolencia que sólo le permite un mínimo control de sus manos, con las que maneja el mando de la silla de ruedas eléctrica o el ratón del ordenador. «Pero cada vez menos. Estoy pensando otras opciones, como el control bucal o de mentón». Para el resto de las actividades básicas -es decir, para levantarse, asearse, vestirse o comer- necesita ayuda.

Sin embargo, vive con su madre viuda «sin ningún tipo de ayuda». Batalladora contra las barreras arquitectónicas -de su lucha, en 1996, para lograr culminar sus estudios en la desaparecida Escuela de Empresariales, con el aula en el segundo piso y sin ascensor, dio buena cuenta EL COMERCIO-, lo tiene claro: «La Ley de la Dependencia es un fraude. A mi no me ha reportado ninguna de las ayudas que prometía».

«Quiero asistente personal»

Sin elevar el tono ni perder la sonrisa, confiesa que le ha costado volver a recurrir al periódico. De hecho, fueron sus amigos los que dieron el primer paso. «Me dijeron ’Marimar, con lo que tú eras, cómo no lo cuentas’, pero les digo que estoy mayor», bromea.

Es muy rotunda al asegurar que no entiende «todo lo relativo a esta ley. Nada es como se dice». Porque, a pesar de que su caso fue tramitado «con mucha rapidez, tengo el certificado desde 2007», lo cierto es que nunca obtuvo «el servicio que yo quería». Porque Marimar buscaba «el asistente personal», la llamada a ser figura estrella de la Ley de la Dependencia, pero que su alto coste ha limitado, en el caso de Asturias, a sólo tres expedientes aprobados. «Desde el principio nos dijeron que no lo podría pagar, por lo que decidimos continuar con lo que teníamos: la ayuda a domicilio municipal. No quisimos la paga al cuidador familiar».

Pese a que su madre, Ángeles Pastur, es la auténtica «asistente personal que hemos tenido mi hermana y yo». Porque la historia de ambas incluye a un padre, Ramón, albañil fallecido hace dos años, «que trabajó muy duro», y a una hermana, Mariángeles, fallecida a los 21 años por la misma dolencia.

«Mi madre no quiso cobrar»

«Durante toda la vida, mi madre fue la que tiró de nosotras. Primero en silla de ruedas doble, luego, por separado. Con seis escalones que salvar, pese a vivir en un bajo. Y sin más sueldo que el de mi padre. Cuando llegó la Ley de la Dependencia, no quiso cobrar, ella quería que yo tuviera el servicio profesional».

La suya es una historia que pocos en el gijonés barrio de La Calzada desconocen, ya que, si por algo se caracterizaron tanto Mariángeles como Ramón «fue por llevar a nuestras hijas a todas partes. Nunca las escondimos, tenían derecho a lo mismo que los demás», asegura Mariángeles.

Y así, cuando en el colegio «nos dijeron que nos querían», llegaron los profesores en casa. «Hasta que me harté», dice Marimar, que se confiesa: «El momento más feliz era cuando íbamos a hacer los exámenes: veía a los amigos».

La realidad evidenció rápidamente que la madre necesitaba ayuda. Así llegó el servicio municipal «de ayuda a domicilio, hace doce años». Una hora de atención diaria «para lo más duro, que es el momento de levantarse, asear y poner el corsé». Una coraza ortopédica que impide, directamente, «que me ahogue, porque mi torso no aguanta y me doblo». Poner el corsé son «45 minutos de trabajo».

Según explica Ángeles, «es una operación muy delicada, en la que Marimar no puede ayudar, por eso tardamos mucho». Tanto que la madre decidió, por su cuenta, «contratar un servicio propio de ayuda a domicilio, para compatibilizarlo con el público. Porque con una hora al día no es suficiente».

Ese doble servicio acabó en agosto. Marimar renunció «a la ayuda a domicilio que, supuestamente, me cubre la Ley de la Dependencia», porque llegó el copago y con él «la imposibilidad de mantener dos asistentes. Son casi 400 euros al mes, a lo que el Principado me cobraría otros tantos».

Desde agosto, Marimar es una dependiente severa «sin ayudas a la dependencia». Un grado III que renunció «a lo que tengo derecho, por el copago». Desde diciembre, negocia con el Principado la vuelta al servicio «porque me dicen que será más barato, pero no supe más».

«Me niego a que me metan en la cama a las seis de la tarde»

 El Comercio, 23.02.14 - 01:42 -

 «No entiendo por qué no podemos tener asistente personal. Es la figura perfecta, la que nos permite la autonomía que queremos». Marimar Álvarez mantiene el espíritu reivindicativo que la llevó a pleitear con un decano «que decía que la tradición era que la clase de segundo de Empresariales estuviera en el segundo piso», sin atender la falta de ascensor, o que le lleva a lamentar que «todavía hoy pasen cosas como que no conozco las tumbas de mi padre y hermana, porque en el cementerio de Jove hay escalones».

Por eso, reclama para los dependientes «un servicio que nos garantice la autonomía». El público de ayuda a domicilio «te mete en la cama a las seis de la tarde. Y yo me niego. Tengo vida propia, amigos y quiero salir». Además, recuerda el caso de una ’profesional’ «que me trataba tan mal que no podía dormir pensando que iba a venir. Fue sólo una, pero fue terrible». Exige «residencias para jóvenes y rehabilitación. Gracias a Cocemfe tengo una hora a la semana, cuando necesitaría una hora al día. Pero, claro, son 30 euros a la hora».

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