Las nuevas madres asturianas toman los mandos
Las mujeres que dan a luz en este comienzo de siglo se enfrentan al cuidado de los hijos en solitario o con la ayuda de las abuelas
Foto: La superabuela. La llanisca María del Carmen Blanco Campo, subida a una pala excavadora con la que trabajaba en la cantera de La Peruyal, en Nueva de Llanes, acompañada de sus hijas Sonia y Carmen y de sus tres nietos Nuria, Victoria y Dani. :: G. F. BUERGO
El Comercio. 01.05.11 - A. VILLACORTA / G. F. BUERGO / M. VARELA | GIJÓN / LLANES / LANGREO.
Madres con canas. Mujeres que llegan a la carrera de la oficina para recoger a sus hijos. Algunas que han de hacerlo necesariamente porque no tienen pareja con la que repartir las tareas domésticas. Madres solas. Madres con hijos adoptados. Abuelas que ejercen con sus nietos. Son las nuevas madres: mayores, ocupadas profesionalmente, estresadas (a veces, hasta el límite de su resistencia) y, en muchos casos, solteras. Con ayuda o sin ella.
Las mujeres que han dado a luz en este comienzo de siglo viven la maternidad en condiciones muy distintas de las que conocieron sus madres, treinta años antes. Muy distintas y, en muchos aspectos, más difíciles porque el concepto de familia es hoy mucho más complejo que antes y compatibilizar vida profesional y personal sigue siendo complicado. En algunas profesiones, casi una tarea heroica.
Una madre de hoy ha tenido su primer hijo, por término medio, entre cuatro y cinco años más tarde que su progenitora. Algo que está cambiando de forma radical muchos conceptos. A la edad a la que ahora una joven se dispone a quedarse embarazada por vez primera, su madre criaba ya a sus dos primeros hijos. De hecho, la treintena es ahora la etapa elegida por las mujeres para tener descendencia.
Muchas de ellas recibirán hoy su regalo del Día de la Madre de manos de una sola criatura. En la generación de los treintañeros, la familia típica es la que se compone de la pareja y un único hijo. O de una madre y su pequeño, como Alicia Vega, que trabaja como cartera por las mañanas y dedica las tardes a su hijo Mario, un terremoto «travieso, cariñoso y sociable» que acaba de cumplir seis años.
«Lo de ser una familia monoparental te da puntos, por ejemplo, a la hora de acceder a una guardería», pone como ejemplo esta madre naveta sobre el lado positivo de afrontar la maternidad en solitario, que, para qué negarlo, también tiene un lado duro: «A veces, echas de menos que alguien te eche una mano. O tener tiempo para ti, pero Mario recompensa todas esas cosas».
También hay una regla de aplicación universal: cuantos más estudios y una ocupación mejor remunerada tiene la mujer, más retrasará la maternidad y menos hijos tendrá. Son las madres más cultas que han existido nunca. Más de una tercera parte de las mujeres de entre 25 y 50 años tiene estudios superiores. Tres décadas atrás, no llegaban al 10%. Y esa formación tiene un reflejo directo en su presencia en el mercado laboral. Hoy, más de la mitad de las parturientas tiene un empleo. Son pocas, muy pocas, las que lo dejan para atender a sus hijos. Hace treinta años, apenas una de cada cuatro madres trabajaba fuera de casa.
Intrépida
Una de esas pioneras fue y sigue siendo la llanisca María del Carmen Blanco Campo, de 57 años y viuda de Pedro Sánchez Guerra desde hace dos. Es una madre intrépida, echada para adelante. Se casó con 17 años y, en ese momento, el matrimonio no tenía más que el cielo arriba y la tierra abajo. Con trabajo, mucho trabajo, y sin horario ni fecha en el calendario formaron un «felicísimo» hogar al que llegaron cuatro niñas: Sonia, Mar, Nuria y Carmen. Las niñas fueron creciendo y hoy dos son médico, una abogada y la otra profesora de Filosofía.
Desde el primer momento, María del Carmen y Pedro trabajaron codo con codo en una cantera de zahorra situada en la zona de La Peruyal, en Nueva de Llanes. Ella empezó en labores administrativas, más tarde se hizo cargo de una pala O&K L-20 y ahora se ocupa de tareas comerciales. Asegura Carmen que con la excavadora cargó en los camiones «toda la zahorra que se encuentra bajo el asfalto de la autovía entre Llanes y Villaviciosa».
En el hogar todos participaron porque vivían «la cultura del trabajo y el esfuerzo». «Por eso te haces responsable. Además, las crías sabían que en casa no había herencias y conocían de dónde veníamos nosotros», comenta Mari Carmen.
Y Sonia, la hija mayor, explica que «la vida en familia era natural»: «No vivimos al margen ni consentidas. Nunca nos faltó de nada y el primer regalo en común fue un diccionario y una enciclopedia. De esa forma, nuestros padres, que no habían podido estudiar, se realizaron a través de nosotras».
Pero el precio que pagan muchas madres hoy es muy elevado: el de una difícil, estresante y a veces un punto caótica compaginación entre vida profesional y familiar. Las sucesivas medidas adoptadas por la Administración han podido ayudar algo, pero el problema sigue ahí. También su derivada, ya puesta de relieve por los sociólogos que estudian a los jóvenes: buena parte de la educación de los más pequeños recae hoy en personas contratadas. Lo cual no es en absoluto inocuo. Otras veces, son los abuelos los encargados de esa tarea. Las madres del principio de la Transición vuelven a ejercer hoy de tales, aunque en este caso con sus nietos.
Es el caso de la Marisa Díaz, que ahora cuida de sus dos nietos después de haber sacado adelante a sus dos hijos. «No están los tiempos para alegrías como contratar a alguien que te ayude», resume esta langreana que está «encantada» con repetir papel tanto tiempo después: «Yo, aunque tenga 66 años, me siento joven, abuela y madre».
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