Blogia
El Blog que te da toda la información para que tu decidas ...

Hay que odiar mucho a Zapatero para resignarse a Rajoy

20110629072443-29.06.2011-zp-rajoy.jpg

El Presidente no convence y en su reencarnación como mago de la economía juega a desligar la crisis del paro

Lne.es » España MATÍAS VALLÉS

Zapatero se expresa en el debate del estado de la nación como si ignorara a España, Rajoy como si la despreciara -«nuestra decadencia»-. Refugiados detrás de una barricada de números, los dos líderes cuya retirada debió simultanearse demostraron ayer por qué un etéreo 15-M les arrebata el protagonismo con facilidad pasmosa. «¿De qué presume usted?», plantea el presidente del PP antes de jactarse de la herencia que Aznar dejó a los socialistas. Curioso discurso, en boca del ministro del Interior bajo cuyo mandato se incubó el 11-M.

 

Muy fuerte ha de ser el odio a Zapatero, para resignarse a Rajoy. Se ha hecho realidad la sentencia que Ezio Mauro -director de «La Repubblica»- dedicó a Berlusconi, «la flauta ha dejado de sonar». El presidente del Gobierno fue el hábil flautista de Hamelín que cautivó a la ciudadanía con recursos limitados. Ahora el Estado le ha nevado sobre la cabeza, y al presidente popular le basta con entonar las cifras del paro sin variar apenas de diapasón.

 

Rajoy no aparece convincente ni cuando reclama las elecciones que está condenado a ganar. Para descalificar a Zapatero, proclama que «la confianza es indispensable». Según el CIS que invoca el propio presidente del PP, la mayoría de sus votantes desconfían de él. Simplemente, se conforman desesperanzados. El propio Rajoy admite la inestable plataforma desde la que concreta sus pretensiones, al confesar que los ciudadanos no demandan «tanto quién gobierna» como a quién le trasladan el poder. Y piensa, erróneamente, que no hay una tercera posibilidad. En realidad, le convendría sustanciar sus virtudes antes de llegar a la Moncloa.

 

Cuando se aparta de las cuartillas donde lee hasta el «buenas tardes», Rajoy muestra una deriva peligrosamente antidemocrática. Así, cuando sentencia que al frágil Zapatero «no le ampara más que la ley», liquida de un plumazo el estado de derecho, cuando sería más correcto precisar que la continuidad hasta marzo del Gobierno viene avalada «nada menos que por la ley».

 

Las prevenciones que suscita Rajoy no mejoran el predicamento de Zapatero, porque la pérdida del deseo político es irreversible. Un gobernante se halla en posición desesperada cuando utiliza la expresión «entre todos». Salió de labios del líder socialista inasequible al desaliento, ajeno a la escasa sensibilidad de los mercados hacia las visiones ecuménicas. Al presidente ya no le funciona ni el homenaje a los soldados del ejército hispanoamericano de España heridos y fallecidos en Afganistán, porque inspira la réplica inmediata: ¿qué hacen las tropas en esa guerra de nadie? Y no articula una respuesta convincente.

 

El debate de la nación española se disputaba simultáneamente en Madrid y Atenas, porque el comportamiento heleno puede ser más decisivo que la monomanía de Rajoy para forzar un adelanto electoral. Zapatero se enfrenta a este desafío global con una borrachera de macroeconomía que pueriliza a la audiencia y lo aleja de los ciudadanos. Cuando habla de «esfuerzo contracíclico», obliga a consignar que ningún jefe de Gobierno del planeta se emplearía con esa arrogancia lingüística. Por emplear otro de sus latiguillos de lector apresurado de Paul Krugman, es una jerga de «difícil digestión».

 

En el PP, los discursos de candidato a la Moncloa corren a cargo de Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid, donde pormenoriza las cuestiones generales que escamotea Rajoy. Al abordar su fetiche vasco, el candidato conservador se refugia en un nebuloso «lo que ha ocurrido con Bildu». A continuación se desdice en que «puede ya haber sucedido». O sea, que no ha ocurrido «lo que ha ocurrido». Entretanto, se abraza en Cataluña al soberanista Artur Mas, que vota en los referendos por la independencia.

 

En su reencarnación como mago de la economía, Zapatero juega a desligar la crisis del paro con un serrucho, como si fueran las dos mitades de una doncella. Olvida que la crisis es el paro, y que las filigranas que traza para evitar el desempleo disparan el escepticismo. Ningún partido sobrevivirá en el poder con esas cifras, como bien saben en Estados Unidos. Tampoco cabe descartar que los excesos populares en la crítica al PSOE acaben por mermar sus pretensiones.

 

Zapatero no concedió baza a Rubalcaba, al proyectarse «después de las próximas elecciones, gobierne quien gobierne entonces». El Presidente se despidió de la fiesta parlamentaria al borde de las lágrimas. Se sabe depuesto y camino del martirio, con la ilusión de que la inevitable revalorización de su tarea le alcance en mejores condiciones físicas que a su admirado Adolfo Suárez.

 

Los enfrentamientos entre Rajoy y Zapatero pasarán a la historia por su frecuencia, ya que no por su calidad. Es posible que el líder popular que nunca ha ganado unas elecciones como cabeza de cartel -ni en el seno de su partido- carezca de sentido al despojarlo de su eterna pareja de baile. Dado que Rajoy insiste en labrarse otro futuro, habrá que precaverse contra sus ramalazos despóticos, véase el «¿Quién se ha creído usted que es?» dirigido no sólo al presidente del Gobierno, sino a cualquiera que se atreva a contradecir sus indefiniciones.

0 comentarios