Importa el pasado del Niemeyer, y más su futuro
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Una cosa es el centro Niemeyer y otra sus gestores. Una cosa es el edificio y otra la Fundación Niemeyer, que se puso a funcionar antes de la culminación de las obras. Es evidente que el escultural complejo pertenece al Principado, que lo ha pagado. Es por tanto de los asturianos. Ni de Areces ni de Cascos. En la Fundación Niemeyer mandará quien tenga la participación mayoritaria de su capital social. Y a partir de ahí serán las partes, el Principado y la Fundación, quienes establezcan la relación que acuerden entre ambas. Sería curioso que el centro diseñado por Niemeyer no pudiera llevar el nombre del arquitecto que lo ideó, una amenaza que flota en el ambiente. Pero nada es descartable por el escaso rigor con que se hicieron las cosas.
El trasfondo de tanta algarada no es otro que una disputa por mandar en el centro entre los responsables del anterior Gobierno regional (que controlaban el edificio y estaban en plena sintonía con la Fundación creada al efecto) y los del actual (que quieren modificar la composición de la Fundación para conseguir su control). Los socialistas sienten como algo tan propio el Niemeyer que al final del anterior mandato pretendieron transformarlo en su suntuoso mausoleo. Maniobraron para preservarlo de manos ajenas, con cambio de estatutos y reparto de sillones vitalicios incluidos. En su último Consejo de Gobierno antes de traspasar el mando, Areces, el anterior presidente asturiano, agarró un tremendo enfado con sus socios de IU porque le boicotearon la guinda al pastel: la cesión del edificio por 50 años a la Fundación. Cuando los asuntos públicos se manejan como si se tratara de un cortijo particular acaban surgiendo consecuencias de este tipo.
Con su defensa numantina, con su cierre de filas sin diferenciar las cosas buenas de las que están mal hechas, el PSOE convierte el complejo de la ría en su reducto. La estrategia de fortificación no hace más que estimular las ansias de cerco de sus contrincantes, que han entrado a saco sin remilgos. El Gobierno casquista cree haber descubierto en esos administradores presuntamente manirrotos un filón para resaltar las partes putrefactas de la herencia recibida.
Si hemos llegado hasta aquí es porque en este y en otros casos, los anteriores gobernantes no destacaron precisamente ni por la transparencia ni por la eficiencia. Patronos privados de la Fundación ya mostraron reparos a las cuentas hace tiempo, según informó en su momento, cómo no, LA NUEVA ESPAÑA. Algunos rechazaron firmarlas y uno de ellos, la Fundación Cristina Masaveu, hasta abandonó el patronato. La Sindicatura no pudo examinar las cuentas sencillamente porque Cultura, en manos del PSOE, le negó los documentos, aduciendo que se trataba de una Fundación de carácter privado. Es evidente que los patronos privados participan en este tipo de sociedades, más que nada para estar a bien con el poder político dominante. La auditoría del año 2009 revelaba un elevado gasto en viajes y hoteles. Los contribuyentes, que son los verdaderos dueños del Niemeyer, merecen conocer esos hechos y juzgarlos.
El choque deja episodios valleinclanescos. Sólo por un arrebato megalómano, y una confusión patológica de lo público y lo privado, alguien puede plantear llevarse el nombre del arquitecto brasileño o arrebatar los apoyos de celebridades extranjeras en venganza por lo que está sucediendo. Ni se puede reinar después de morir ni se puede entrar en las instituciones como un elefante en una cacharrería.
Los anteriores responsable políticos se obnubilaron con el «pan y toros», embebidos en tanta foto con Brad Pitt y Woody Allen y tanto bazar en el que lo mismo cabe una reunión de la ONU que un concierto de Víctor Manuel. Como si Avilés hubiera sido un páramo hasta que ellos plantaron allí sus reales. Esperemos que la fórmula no acabe igual que la de la Laboral, donde del elitismo más exacerbado y las performances más exquisitas se saltó sin complejos a la copla de la Pantoja y los muñecos de Moreno.
Los socialistas asturianos se pusieron manos a la obra con el Niemeyer sin siquiera plantearse su utilidad. Lo que entonces estaba en discusión era construir la sede de la Fundación Príncipe de Asturias, pero daba igual que el resultado saliera con barba que sin ella. Se dieron cuenta del abandono de Avilés y se volcaron en la obra para tratar de ganar las elecciones. Y así con renglones torcidos hasta puede que salga algo provechoso. Por eso ahora importa sobre todo mirar al futuro. Si hubo descontrol y escaso celo, que paguen los responsables. Pero los gobiernos están para resolver problemas, no para amplificarlos. Esa es la diferencia entre los políticos serios y los demagogos.
Mientras los avilesinos se encuentran desconcertados ante la trifulca montada en torno a un recinto que llama la atención más allá de nuestras fronteras, nadie habla de lo que hay que hacer para redirigirlo e insertarlo en el resto de las instalaciones culturales asturianas. Ni de los contenidos que necesita ni del presupuesto asumible para desarrollar una programación seria y estable. Como todo quede reducido a una pura e intrascendente lucha de poder por un juguete, con el morbo de unas cuantas facturas de gin-tonics por el medio, hay poco que hacer y este episodio no sería más que otra cortina de humo, tan electoralista como el anterior.
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