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La peligrosa levedad del 15-M

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 La necesidad de respuestas inteligentes a las preguntas de los «indignados»

Lne.es » Opinión  DANIEL CAPÓ

Hace unos días miles de personas se volvieron a congregar en las ciudades de medio mundo reclamando soluciones o, quizás simplemente, algo de esperanza. Para ser sinceros, los «indignados» tienen razón en muchas cosas. Tienen razón cuando protestan -como en España- por una tasa de paro juvenil que se acerca al cincuenta por ciento. Tienen razón cuando denuncian la pervivencia de un statu quo que ha desbaratado la movilidad social generando frustración y resentimiento en la cada vez más empobrecida clase media. Tienen razón cuando acusan a los políticos por la desfachatez de una gestión mediocre y corrupta de la res publica. Sin duda, habría sido mucho mejor que todo eso lo hubieran dicho antes, cuando España, y en general todo Occidente, vivían inmersos en una gran fiesta y nada resultaba suficiente. Pero entonces, quizás todos, nos sentíamos bien en la abundancia y las sombrías profecías de Casandra sonaban a señales de mal augurio que convenía acallar. En realidad, el mundo ha cambiado poco desde el tiempo de los griegos y, hoy como ayer, al exceso le sigue la resaca y a la desmesura la humillación y el castigo. Sería como un empacho, con el agravante de que las sociedades carentes de inteligencia moral tienden a degradarse con más rapidez.

 

Hablo de inteligencia moral, que es el epítome de la democracia. Y que contrasta con la emotividad banal y la sobredosis sentimental, características del adanismo de muchas corrientes políticas. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman reflexionaba estos días sobre la peligrosa levedad del movimiento 15-M y se preguntaba si un movimiento sin base intelectual puede llegar a alguna parte. En este sentido, es descorazonador comprobar cómo la articulación viral de los «indignados» ha quedado reducida a una serie de propuestas maximalistas, de escaso realismo y menor sentido práctico. ¿Malas prácticas de los bancos? Sí, pero de qué modo las regulamos y con qué poder. ¿Mejores salarios? De acuerdo, pero, si nuestra industria no es competitiva, a partir de qué productividad podemos incrementar los salarios. ¿Mayor inversión pública en educación, sanidad y servicios sociales? Obviamente, pero de dónde sacamos el dinero.

 

Son preguntas sin respuesta cuando, en realidad, lo que necesitamos son respuestas inteligentes a este tipo de preguntas. O dicho de otro modo: ¿qué estamos haciendo mal para no tener un paro juvenil como el de los suizos o una educación similar a la finlandesa? Creo que el problema reside en la escasez de una inteligencia moral que nos cohesione como sociedad. Culpables podríamos encontrar muchos, empezando por una tradición iletrada -la nuestra- y siguiendo con una historia trufada de intolerancia y fanatismo; pero eso importa menos ahora que las soluciones reales que el país necesita. La esperanza de los «indignados» exige una batería de reformas que permitan recapitalizar la banca, mejorar el sistema educativo, incrementar la productividad de la industria y garantizar la solidez futura del Estado del bienestar. La alternativa es caer en el bucle de la sentimentalidad y ceder a una especie de fatalismo ancestral que nos condena al paulatino empobrecimiento. No es el destino que se merecen los «indignados». Ni ninguno de nosotros.

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