El ocaso del virrey de Orense
La corrupción en Galicia
El juez admite la querella del fiscal contra Baltar por prevaricación al contratar a 104 enchufados
Foto: José Luis Baltar conversa con Manuel Fraga poco antes de su fallecimiento.
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X. M. DEL CAÑO El titular del Juzgado número 1 de Orense, Leonardo Álvarez, admitió ayer a trámite la querella de la fiscalía contra el ex presidente del PP provincial y de la Diputación, José Luis Baltar Pumar, por un supuesto delito de prevaricación relacionado con 104 contratos irregulares para colocar a enchufados.
El instructor tomará declaración a Baltar y a varios jefes de servicio y personas contratadas. El caso arranca de una denuncia presentada hace tres años por el PSOE que, mediante la acción popular, intentará ahora entrar en el fondo de la cuestión «que está en la contratación de familiares y personas directamente ligadas al PP», al considerar que el fiscal se ha quedado en la forma irregular de los contratos.
José Luis Baltar «no es sólo el padre de José Manuel Baltar -el actual presidente de la Diputación al que le cedió el poder al frente de la institución provincial y del PP de Orense-, sino que es el padre de mucha gente a la que le hizo favores». De esta forma, el ex alcalde de Calvos de Randín, Antonio Rodríguez, que tiene precisamente a una hija trabajando en esa institución, ponía el dedo en la llaga y ofrecía, además, una radiografía perfecta de la praxis política del baltarisno: la concesión de prebendas a cambio de respaldo político para perpetuarse en el poder.
Las prácticas políticas de José Luis Baltar, contra el que el juez admitió ayer la querella de la fiscalía por un supuesto delito de prevaricación en la contratación de personal en la Diputación de Orense, fueron denunciadas una y mil veces por los grupos de la oposición sin que le pasaran la más mínima factura política ni electoral. Todo lo contrario, le sirvieron para encumbrarse todavía más en un pedestal a medida que sumaba más y más votos en el granero de la institución. Por eso se jactaba de que había cosechado victorias electorales durante dos décadas, todas ellas incontestables.
Parte de su triunfo se debe a su modo de hacer política, utilizando las instituciones para acrecentar su poder. Las luces del último virrey de Orense, que quiso perpetuar su dinastía pergeñando un plan casi perfecto para que su hijo, Manuel Baltar, le tomara el relevo en la presidencia del pazo provincial, son su empatía, su capacidad de trabajo y el don de gentes que posee. Esto, conjugado con un contundente, y no exento de excesos, dominio de los resortes del poder, le hicieron durante veinte años ser el amo y señor de la provincia de Orense. Incluso metiéndose en luchas, nada refinadas, para defender su feudo frente a una recelosa dirección regional del PP que desconfiaba de sus prácticas, aunque eso le reportara votos.
José Luis Baltar se forjó en el seno de una familia humilde de Esgos. Fue el primero de cinco hijos, el único varón, en una casa en la que había que estirar el sueldo de su padre, que era cartero rural. El mismo reconoce que pasó hambre en los años cuarenta, durante su infancia. Inició los estudios en Esgos y luego recibió clases de un cantero, llamado Sergio Murias. Se examinó de ingreso en el Instituto do Posío, logrando matrícula de honor. Tras cursar primero, tuvo que abandonar el centro porque su padre no le podía pagar la estancia en Orense. Y regresó a la escuela de su pueblo con los pequeños.
Un día apareció por Esgos el padre Peiteado, buscando vocaciones para los Salesianos, y Baltar se marchó para el centro de Cambados. Abandonó en tercero, porque su padre había ingresado en el Sanatorio de Piñor muy grave, a causa de una tuberculosis que había contraído en la Guerra Civil. El director de Correos autorizó que pudiera sustituir a su progenitor como cartero rural, a los 14 años. También fue revisor de autobús, a cambio de poderse desplazar de forma gratuita en sus viajes, y repartidor de gaseosas. Más tarde pudo retomar el Bachillerato y realizó los tres cursos de magisterio en un solo año.
Políticamente a Baltar le crecieron los dientes al lado de Eulogio Gómez Franqueira. Escaló puestos hasta convertirse en portavoz del grupo de gobierno de la Diputación con Victorino Núñez, al que le acabó robando la cartera política, con el apoyo de los alcaldes, cuando asumió la presidencia del Parlamento y lo llevó a dique seco, junto a su más directo rival, Tomás Pérez Vidal, con el beneplácito de Manuel Fraga. El acuerdo se tomó en un chalé de San Vicente, en el transcurso de una reunión celebrada entre José Cuiña, Francisco Cacharro y el propio Baltar, para descabalgarlos políticamente, con el pretexto de «poner paz en el partido». Baltar jugo sus cartas y propició la fusión de Centristas de Orense con el PP.
De esa forma quedó como único interlocutor del partido en la provincia. Inició entonces su virreinado, utilizando la Diputación para contentar a los alcaldes. La institución se convirtió en una romería de regidores. Y Baltar hizo de esta práctica su libro de estilo. Votos a cambio de favores, sobre todo puestos de trabajo a cargo del erario público. Hizo de la Diputación la máquina perfecta para ganar elecciones. Y troqueló la virtud de la receptividad en un defecto, al utilizarla de una forma perversa para perpetuarse en el poder como «cacique bueno», como él mismo se definió un día.
Durante años utilizó como moneda de cambio los puestos de trabajo en la Diputación, del Hospital Santa María Nai antes de la transferencia al Sergas, del Inorde, de las brigadas de obras, de las fincas de la institución, del Teatro Principal y del Centro Cultural Marcos Valcárcel, donde llegó a colocar a 33 porteros para atender un edificio que sólo tiene dos puertas.
Capaz de hacer enemigos y amigos acérrimos, convirtió al alcalde de Os Blancos, José Antonio Rodríguez Ferreiro, en uno de sus acólitos, que llegó a declarase «seguidor de Dios, la Virgen y de Baltar», por lo que le dedicó incluso un busto.
El capítulo de sombras está jalonado por la trama de nepotismo que acuñó, puesto en evidencia cuando se publicó en el año 1998 que los hijos de los alcaldes de San Cibrán de Viñas y Monterrei, la hija del ex alcalde de Orense, López Iglesias, y el hijo del entonces presidente de la Diputación de Lugo, Cacharro Pardo, copaban las mejores notas en unas pruebas de la Diputación. Pero Baltar no rectificó y toda su actuación política ha estado jalonada por decisiones y formas que siempre levantaban alguna sospecha, incluso en su propio partido.
Fueron muchos los excesos que cometió el ex presidente de la Diputación de Orense en el PP. Sin duda, el mayor fue el pulso político que le echó al ex presidente de la Xunta, Manuel Fraga, cuando se encontraba al final de su vida política y con las energías mermadas. Cinco diputados díscolos -entre ellos su hijo, José Manuel Baltar-, se encerraron en un piso en el barrio orensano de As Lagoas, amenazando con dejar en minoría al político de Vilalba, siguiendo las directrices de José Luis Baltar.
Unos día más tarde se presentaron en el Parlamento reclamando mayor peso político para José Cuiña, además de utilizar como tapadera la demanda de mejor trato para Orense y unas inversiones que no se llegaron a concretar ni se ejecutaron nunca.
El anecdotario de Baltar está plagado de imágenes pintorescas, como la del político que toca el trombón en las campañas electorales, mientras sus seguidores cantan: «¡Si no eres del PP, jódete!», o el reparto de 3.000 euros en un mitin en A Limia, en billetes de 50, después negado por el barón orensano, que lo atribuyó al pago de unas obras en un ambulatorio.
José Luis Baltar trató de maltratador al ex vicepresidente de la Xunta, Anxo Quintana, afirmando que era «como poner a un zorro guardando las gallinas» o a «un ratón cuidando un queso», dado que tenía a su cargo las competencias de Bienestar Social. Y al secretario general del PSdeG, Pachi Vázquez, le llamo «maricón» y «sinvergüenza». Pero, además, convirtió el congreso del PP, en el que le tomó el relevo su hijo, en «una guerra fratricida» contra la dirección regional.
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