«Me hubiera gustado ser ministro de Sanidad, pero no me quita el sueño no haberlo sido»
«Nadie recuerda cuando los enfermos morían subiendo La Espina y Degaña estaba más lejos que Madrid».
«Conseguí durante un año que los médicos trabajaran mañana y tarde, como es normal»
Lne. 28.02.2013 | 02:01
Foto: Francisco Ortega, frente a la plaza de Castilla, en Oviedo. miki López
Oviedo, Javier CUERVO Francisco Ortega, director del área de gestión clínica de nefrología del HUCA, recién jubilado, es médico en quinta generación. Fue director provincial del Insalud en Asturias (1983-1989), responsable del de Madrid (1989-91) y secretario general de Consumo y Salud Pública en el Ministerio de Sanidad (1991-93). Nació y se crio en Madrid, pero se definió siempre asturiano; aquí quiso trabajar y regresar. Militó en el maoísta PTE y milita en el PSOE. Toca el piano y es coautor, con Xuacu Amieva, del primer método de gaita asturiana. Está casado con la mujer que conoció cuando tenían 16 años. Tienen 3 hijos y 4 nietos. Dice que deja un servicio que hace investigación relevante, incluido en la Red de Investigación Española de Nefrología, primero de España y segundo de Europa en número de pacientes en diálisis peritoneal, mejor para el paciente y más económica.
-Viene a Asturias en 1976.
Jaime Álvarez Grande vino de jefe de servicio y me ofreció seguirlo. No me gustaba Madrid.
-¿Su mujer lo aceptó?
Conocía Asturias e hizo su tesis sobre el esfuerzo del picador minero. Es la primera mujer que baja a una mina para hacer una tesis doctoral. Trabajó en el Instituto de Silicosis, cuando aún se morían como chinches. Está jubilada.
-¿Qué encuentra al llegar?
El Hospital General estaba en decadencia y el Covadonga dejaba bastante que desear. Álvarez Grande contó con Rafael Marín, luego entré yo e hicimos un servicio joven y entre los mejores de España. Estuve metido en reivindicaciones, sobre todo en la del hospital de la costa de Occidente. Nadie recuerda aquellas carreteras, que la gente moría subiendo La Espina y Degaña estaba más lejos que Madrid.
-¿Cómo le ofrecieron ser director del Insalud?
Venía de la izquierda y no tenía idea del PSOE. Planteé una negociación ardua a Juan Luis Rodríguez-Vigil para hacer cosas que merecieran la pena. Me dijo: «Vale, sólo una condición: ponte corbata».
-¿Qué hizo con la corbata puesta?
Descentralizar. Asturias, como el resto del país, tenía grandes hospitales en el centro. Había siete redes sanitarias, cada una con su lógica, las unimos en el Hospital Covadonga y Silicosis, redujimos camas y efectivos en Oviedo, lo que sirvió para aumentar y mejorar Cabueñes y Avilés. La segunda etapa fue hacer hospitales pequeños. Estoy orgulloso de haber acabado Cangas del Narcea, hecho Mieres nuevo, Jarrio y, aunque era del Principado, que se empezara Arriondas, porque completaba el mapa. Fue muy importante que los especialistas empezaran a rotar por hospitales. La Organización Mundial de la Salud calificó nuestra red de atención primaria entre las más eficientes del mundo, séptima en calidad y vigésima cuarta en coste. Ojo con cargársela. Es mucha historia.
-Cuéntela.
La dictadura aprovechó el desarrollismo para hacer los grandes hospitales pero, quince años después, el sistema entró en declive. Tengo mucho respeto por Adolfo Suárez, porque viene de la derecha del régimen y normaliza el país y da los primeros pasos para formar el modelo de Servicio Nacional de Salud. UCD desgaja del sistema mutual el Insalud y lo hace depender no de Trabajo sino de Sanidad. Lo culmina el PSOE, porque va después y porque es de izquierdas. Se hace un servicio nacional de salud que en España llamamos sistema porque son diecisiete servicios y ahora es un problema. Pero, bueno, el país es como es.
-¿Cómo vivió el cargo?
Estuve muy recusado por la derechona. Me declararon «ilegal» -porque era personal estatutario-, no se sabe de dónde sacaron esa argumentación, e «ilegítimo», porque era adjunto y no jefe de servicio. Cogí una sanidad hecha una llaceria y cuando me fui se consideraba que las dos comunidades mejores eran Asturias y Navarra. Tuve bastante que ver en eso.
-¿Y personalmente?
Rodeado de médicos en la familia, tuve que aplicar las incompatibilidades. El sistema permitía que un médico tuviera que estar en siete puestos para ganarse la vida. Hubo que racionalizarlo y se pagaron costes personales tremendos. Logré que los médicos trabajaran mañana y tarde, como es normal en todo el mundo, pero duró un año, hasta que llegó una orden de Madrid diciendo que lo dejara. Yo venía de trabajar mañana y tarde en la Jiménez Díaz, algo imprescindible. Ahora hay datos de cambio en ese sentido. Un amigo me contaba que tenía cita para una resonancia nuclear a las 5 de la mañana en el hospital barcelonés de Vall d'Hebrón.
-Dice que le gusta mucho ser médico, pero se contrarió de 1983 a 1993.
Diez años en los que aprendí y envejecí muchísimo porque fueron devastadores. Entro a las 8 de la mañana -el jefe tiene que entrar el primero- y trabajaba hasta las nueve de la noche. Tuve que hacer cosas muy duras, pero nadie me retiró el saludo porque saben que no tengo odios, sólo que si tengo que hacer las cosas, las hago. No temo a la gente: si había que ir a asambleas, iba. Metí mano a las ambulancias, en las que había una corrupción tremenda. Mi mujer tuvo que ir a buscar a los hijos al colegio porque me amenazaron con ellos varias veces. Tuve que militarizar las ambulancias para que no parara el servicio.
-Dice que se fue a Madrid poco convencido. Pasó tres años.
El Insalud de Madrid estaba muy mal. Unifiqué las urgencias con Cruz Roja y Ayuntamiento. Tenía veintitantos hospitales y más de cien centros de salud. Me llevó el ministro García Vargas y lo sustituyó García Valverde, el segundo mejor ministro de Sanidad después de Lluch. Valverde, muy gestor, dimitió a los seis meses por el escándalo de corrupción de Renfe, de donde venía. Vigil, ya presidente del Principado, me ofreció regresar a Asturias de consejero. Dicen que entré en pugna para ser ministro con José Antonio Griñán. Luego no me entendí con el. Era, además, el tiempo de los escándalos y los roldanes.
-¿Cómo fue dejar el poder?
En Madrid troceé la sanidad para descentralizarla en once áreas. Conseguí que hubiera un decreto y la convocatoria y, temiendo que ganase demasiado poder, me lo pararon. La vanidad...
-¿Cómo la combate?
Mi mujer siempre me ha ayudado mucho en ponerme en mi sitio. Me decía: «tú no sabes llamar por teléfono» porque me cabreaba que me hicieran esperar después de diez años de que me pasara las llamadas una secretaria. No quería entontecer, como les pasaba a otros. Tenía dos coches oficiales y escolta, pero volvía en metro. Pero es muy difícil. Tenías una cita en Hacienda a las 10 y te abrían las puertas, te daban el discurso, el ascensor estaba en la planta y abajo te esperaba el coche. El Ministerio es la nube y nadie te lleva la contraria.
-Chocó con Griñán.
Por los planes de salud que consisten en detectar qué problemas tiene un país en esa área. Conseguí el diagnóstico, logré el consenso del plan técnico con Romay Beccaría, consejero de Galicia y luego ministro de Sanidad del PP, el mejor que han tenido; con Iñaki Azcuna (PNV), consejero de País Vasco y ahora alcalde de Bilbao; con Trías (CiU), de Cataluña, hoy alcalde de Barcelona, y con IU, para sacarlo adelante. Y llega Griñán y dice: «¿Y esto para qué?» porque no lo había hecho él. Cansé. No quise nada de lo que me ofreció Griñán: gerente del Instituto de salud Carlos III, gerente de la Paz... en Asturias, gerente de mi hospital. Dije no a todo y me tacharon para siempre
-¿Cómo fue el regreso?
Un salto mortal, de adjunto, como si acabara de terminar el MIR. Durísimo. Me puse a estudiar nefrología otra vez, pero hay cosas que nos se escriben. Me reciclé viendo trasplantes en el Doce de Octubre en el otoño de 1992, y en 1993 me puse a hacerlos. Veinte años muy fructíferos.
-¿Qué tal siente que lo ha tratado la vida?
Bien. Me hubiera gustado ser ministro, pero no me quita el sueño no haberlo sido. He sido coherente y no me debo avergonzar de haberle hecho a nadie la puñeta. Soy muy autocrítico.
-Fue un padre presente.
Incluso cuando viví fuera, siempre supe en qué estaba cada uno.
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