El tesón en la enfermería
Sus maneras suaves ocultan parcialmente un don de mando reconocido por sus más allegados antes que por ella. Porque a Concha Fernández (León, 1948) fueron sus compañeros quienes la postularon como primera coordinadora del Centro de Salud de El Quirinal, el plinto desde el que llegó a la coordinación primero, y dirección después, del Área Sanitaria III, el de nuestra comarca.
Concha es una apasionada y defensora de un trabajo del que se jubiló hace diez días. Sabe que lo echará de menos a pesar de las múltiples aficiones de una mujer hecha a sí misma que siempre ha tenido muy claro que no hay independencia para la mujer sin autonomía económica. Lo tuvo claro desde pequeña, desde que su padre la animó, a ella y a sus dos hermanos, a estudiar Magisterio. Unos estudios que nunca le gustaron, a pesar de su evidente vena pedagógica. Una temprana vocación por ayudar a los demás, la empujó a estudiar después Asistente Social, llamado ahora Trabajo Social, siendo la primera en ejercer tal cometido en el sanatorio del Patronato Nacional Antituberculoso del Hospital Monte San Isidro de León. Ella era el vínculo con la vida civil de los pacientes ingresados. La responsable de realizar todas las gestiones, incluido el asesoramiento legal, de los tres centenares de enfermos.
La vida de Concha dio un giro hacia el Norte cuando se casó. Conoció a su marido en un pueblo de León, donde tantos asturianos iban buscando el sol en verano. Formalizada la relación, había que decidir quién se trasladaba. Fue ella la que hizo las maletas sin tener trabajo, ni posibilidad de traslado, en Avilés. Tomada la decisión de renunciar temporalmente a un trabajo, Concha dedicó esos años a la familia hasta que su hija Ruth fue mayor. Tocaba entonces reciclarse. O retomar los estudios. Con el tesón del que ha dado muestra todos estos años y exprimiendo las horas del día, una Concha absolutamente racional en sus decisiones se decantó por Enfermería, una carrera a la que ella veía más futuro que a Trabajo Social y que, por otra parte, siempre le había atraído.
Nuevos estudios
Primero estudió Auxiliar de Enfermería en la extinta Academia San José, formación que ejerció en el Hospital Central de Asturias, en el San Agustín de Avilés y en Cabueñes (Gijón). Mientras trabajaba, estudiaba la carrera en la Escuela de Gijón por las tardes. No existía el tiempo libre, ni tampoco el desánimo para una mujer ya metida en los cuarenta que no sólo obtuvo varias matrículas, sino que minuto que tenía, minuto que empleaba en cualquiera de sus múltiples aficiones. Cocinar o coser siempre la han entretenido y relajado.
Concha entró a formar parte de la plantilla del antiguo ambulatorio de Llano Ponte antes de pasar al Centro de Salud de El Quirinal. Nuevo centro y nuevo servicio de Atención Primaria que requería la elección de un coordinador. Admite que a ella ni se le pasó por la cabeza presentarse, pero fueron sus propias compañeras las que vieron que daba el perfil. Sabía mandar con mano izquierda, cualidad que no poseen muchas personas. Como responsable, venció sus temores iniciales por miedo a no dar la talla y organizó el servicio hasta que en 2007 pasó a trabajar en el San Agustín.
Su trabajo no pasó desapercibido desde el Principado, que quiso contar con ella para la gerencia del área en manos de Alejandra Fueyo. Cuando la directora, María Amor Muñiz, la fichó como coordinadora de equipos de Enfermería, un cargo desde el que ascendería a la dirección en la siguiente legislatura, la de Foro, tuvo que dejar la vicepresidencia de la SEAPA, la sociedad de enfermería desde la que luchaba por dignificar la profesión. Con la entrada del nuevo gobierno y con la jubilación a la vuelta de la esquina, Fernández avisó de sus intenciones para que pudieran contar con una directora desde el principio, volviendo entonces a su antiguo cargo de responsable de equipos.
Fue un puesto para echar mano de veteranía, de paciencia, de diplomacia y de habilidad para dirimir conflictos. También de poner en valor su profesión, la Enfermería, la ’cenicienta’ del área sanitaria. Una labor, en palabras de Concha, «callada, silenciosa y oculta», básica en la cadena sanitaria, la que más personal emplea, por encima de médicos, matronas, auxiliares o higienistas, y «sin la que no funcionarían los centros de salud». Una profesión a la que Fernández ha intentado dar lustre, poniendo en valor su significado y luchando por extender su rama de prevención y formación.
A pesar de que apenas si acaba de desvincularse, Concha suaviza las aristas de la labor desarrollada en los últimos años. Gestionar el personal, poner en marcha proyectos que llegan desde la Consejería sin tener en cuenta el factor humano, atender las quejas, generalmente airadas, de pacientes que llegan hasta la misma gerencia, en definitiva, hacer cumplir la cartera de servicios. No es misión baladí ni grata si no se tiene carácter. Concha reconoce la dificultad de decir ’no’ pero asegura que su norte siempre fue «escuchar» y ser lo más justa posible. «¿Qué los demás lo haya visto así? Estoy segura de que no». Pero cuando uno actúa en conciencia se nota. Y Concha, que no pierde la sonrisa ni la educación, asume los gajes de un oficio que sabe que va a echar mucho de menos por mucho que su tiempo libre ya esté más que ocupado por sus múltiples ocupaciones manuales. Esas que ella muchas veces aconsejó a sus pacientes como terapia para liberar estrés.
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