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La panacea de la aspirina revisada

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Cuando en 1897 Felix Hoffmann sintetizó el ácido acetilsalicílico no se podía imaginar que este medicamento iba a ser casi la panacea, si no fuera porque produce hemorragias.

La Nueva España.

Las propiedades antifebriles y analgésicas de la corteza del sauce blanco se conocen desde la antigüedad y muchos químicos habían intentado obtener y sintetizar el principio activo. Ya en 1853 Gerhardt lo logró pero no con la pureza con que lo consiguió Hoffmann. Poco después, Adolf von Bayer, para quien trabajaba Hoffmann, patentó la fórmula de la aspirina. El nombre viene de la planta de donde se obtiene Spirea ulmaria a la que añade la A para decirnos que está acetilada y el sufijo -in, muy utilizado entonces en la denominación de fármacos.

 

Vivir gasta. Envejecer es inflamarse y oxidarse sin remedio. Con los años perdemos la capacidad de reparar el deterioro por el uso. El tejido dañado crea sustancias mensajeras, las prostaglandinas, que informan al sistema nervioso y él orquesta la respuesta reparadora, empezando por la inflamación: dolor, calor, rubor... y fiebre. La aspirina, como el resto de los antiinflamatorios, impide que se formen prostaglandinas, por tanto la inflamación. Actúa sobre una enzima necesaria para su síntesis: la ciclooxigenasas (COX).

 

Hay dos tipos de COX. La inhibición de la COX2 es la que interesa cuando se quiere evitar el dolor y la inflamación. Pero como también se impide que se forme la COX1 se producen los efectos peligrosos de estos medicamentos, como el sangrado por úlcera de estómago. Un empeño de la farmaindustria fue encontrar antiinflamatorios que no inhibieran la COX1 y sí la 2: son los que llevan en su nombre la sílaba cox.

 

La aspirina ha perdido interés como antipirético y analgésico, sustituido por el paracetamol, menos peligroso y de semejante eficacia. Tampoco como antiinflamatorio tiene cabida porque hay otros que tienen más potencia y con menor probabilidad de sangrado. Entonces, ¿qué le queda a este medicamento?

 

Su espacio más prometedor es el de la quimioprevención. Hoy ya nadie duda de que protege contra la enfermedad vascular. Es lógico. Las arterias inflamadas son más frágiles, pueden romper. Para evitarlo, las plaquetas cubren y refuerzan ese sitio: son los trombos, un arma de doble filo. Si se impide la acción de las plaquetas, las arterias inflamadas pueden sangrar, si no se impide, puede obstruirse. No es una decisión fácil tomar aspirina para la prevención. Si el riesgo de infarto, de miocardio o cerebral, es alto, uno se inclinaría por tomarla, pero si resulta que tiene el estómago mal, o tiene que tomar otros antiiflamatorios por problemas musculoesqueléticos, tomar aspirina puede ser peligroso. El papel de la aspirina en el tratamiento del infarto agudo y el ictus es indiscutible. Junto con la fibrinólisis han contribuido notablemente a la supervivencia de estas enfermedades.

 

Desde hace tiempo se sabe que las personas que toman antiinflamatorios tienen menos riesgo cáncer de intestino grueso. Ahora empezamos a entender por qué. La aspirina es efectiva en prevenir los cánceres que tienen mucho COX2, porque lo inhibe. En los que casi no expresan esta enzima, la aspirina no actúa. La verdad es que uno no sabe si va a tener cáncer y si el suyo va a ser COX2 ¿vale la pena tomar aspirina?

 

Así estaban las cosas hace unos meses hasta que una revisión reciente de los datos modifica moderadamente lo anterior. Los investigadores se dieron cuenta de que cuando la aspirina no protege es porque se toma a días alternos, una estrategia muy querida en el ámbito de la prevención cardiovascular. La segunda cosa que apreciaron es que tarda al menos 5 años en hacer efecto, lo cual quiere decir que apenas actúa sobre cánceres ya bien desarrollados. Lo tercero es su mayor actividad en el cáncer intestinal y en el llamado adenocarcinoma. Pero lo más importante es que la aspirina produce un descenso, aunque muy moderado, de la mortalidad general. Esto no es muy interesante porque una y otra vez nos encontramos con que estrategias preventivas de una enfermedad consiguen mitigarla pero nos frustra que con ello no descienda la mortalidad general. Probablemente porque otras causas que no tenían oportunidad de matar se crecen en esas circunstancias. Es casi lo mismo que ocurre en la naturaleza cuando se introduce o extingue una especie.

 

¿Vale la pena tomar aspirina diariamente? Mi respuesta es un no matizado. Por un lado, porque aún no entendemos del todo bien cómo actúa. Por otro, porque el estudio que comento, aunque potente, tiene sus limitaciones. Y finalmente, porque tomar aspirina no está exenta de riesgos.

 

Hace unos años varios autores de prestigio trataron de introducir la llamada polipíldora: una combinación de aspirina, ácido fólico, dos o tres antihipertensivos y una estatina. Aseguraban que con ellos se podrían evitar el 80% de los episodios cardiovasculares. Quizá la relación entre aspirina y cáncer resucite este debate. Será interesante.   

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