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El doctor Portilla, sin anestesia

El doctor Portilla, sin anestesia
13.04.11 - 03:24 -

La vida del doctor Javier Portilla ha dado un giro radical en las últimas 24 horas. Hasta ayer era el jefe del servicio de Anestesiología del Hospital San Agustín y hoy, 34 años después del primer día, estrena su vida de jubilado.
Esta etapa arranca con nuevos retos, muchos recuerdos y sobre todo, la misma ilusión que le acompañó durante su carrera, cuando se hizo una foto en el quirófano en su primera intervención -que contó después a sus compañeros de piso en Madrid- y repitió la misma instantánea 40 años después, laringoscopio en mano. Se hizo médico «por un sentido de ayuda al prójimo, en el que me veo reflejado».
Hombre de ciencia y de fe, pertenece a la segunda promoción MIR, fue a los 29 años el jefe de servicio más joven de España y finaliza su vida profesional «consciente de que me tocó la edad de oro de la sanidad pública», de la que ha sido gran defensor durante su carrera.
Cuando llegó a Avilés «éramos una pandilla de 30 médicos» con todo el futuro por delante, a pesar de que el cambio exigía comenzar desde cero y afrontar grandes retos, porque para ponerse al frente dejó atrás el prestigioso Hospital de Puerta de Hierro, donde descubrió su pasión por la anestesiología, especialidad que no se estudia durante la carrera. «Te permite ser muy efectivo, eres terriblemente eficaz y autónomo», asegura mientras se confiesa una persona «muy inquieta, que no sabe estar sin hacer nada», característica que le empujó a la especialidad. «Es magia», resume.
Antes de Avilés vivió un año y medio en Japón, donde aprendió a trabajar y también donde conoció a su mujer, la catedrática de la Universidad de Oviedo Yayoi Kawamura, que le ha recomendado no emocionarse mucho en estos días, que han sido un verdadero carrusel sentimental. Ha sido difícil por la cantidad de recuerdos que se encontraba en los pasillos de la que ha sido su casa durante más de tres décadas, y por los agradecimientos constantes de los pacientes, que le han regalado desde una navaja de Taramundi hasta una docena de huevos, pasando por una estampa de la Virgen de Covadonga.
«Notable alto»
Se va con la seguridad de que el servicio «se queda en buenas manos» y convencido de que los usuarios del Hospital San Agustín «pueden estar muy orgullosos» especialmente en el aspecto profesional y científico. El doctor Portilla le pone «un notable alto» al centro y a sus profesionales, pero también se va convencido de que el sistema de gestión falla a nivel general y necesita un cambio para, por ejemplo, reducir las listas de espera.
Echa la vista atrás y recuerda «el nivel elemental en el que estaba el hospital y cómo lo dejo ahora». Para explicarlo, recuerda que «cuando llegué estaba yo solo para un hospital de 250 camas. He llegado a anestesiar 26 intervenciones en 30 horas». Sin parar, ni comer ni dormir. A los cuatro meses llegó un compañero, y el trabajo entre dos se hizo más llevadero. «Empezó en precario y mejoró, pero siempre estuvimos cortos», recalca. Portilla eligió a su equipo personalmente y defiende que «mis compañeros cada vez son mejores, profesionalmente y humanamente, gente muy joven» que defenderá su legado.
De no haber sido médico, se hubiese decantado por la arquitectura, pero «dibujaba muy mal». Gracias a sus hijos, que lo son, ha podido descubrir que los arquitectos «crean espacios e ilusión» y, en el fondo, se alegra de no haber elegido ese camino profesional. El doctor Portilla siempre ha sostenido que «fuera del hospital hay vida» y ya tiene un montón de proyectos esperándole. Volverá al Sáhara a realizar operaciones a los refugiados, recorrerá las etapas del Camino de Santiago desde Roncesvalles, 34 años después de la primera vez, tiene un viaje programado a Japón... Hoy empieza la historia de Javier.

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