Hablar claro al ciudadano ante los recortes en Asturias
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Los economistas han popularizado la metáfora del bañista para explicar gráficamente lo que sucede con las cuentas públicas. Mientras la marea estuvo alta -barra libre al endeudamiento, dinero barato e ingresos pingües del ladrillo- todos los nadadores parecían iguales dentro del océano. Cuando retrocede el agua -fuentes de financiación cegadas y recaudaciones barridas como la hojarasca- las pudendas miserias del que tomaba el baño desnudo quedan al aire. Esta crisis ha traído un pozo de deuda y ha dejado a las autonomías sin bañador, a unas más que a otras, obligándolas a encarar estrecheces. Las de Asturias acaban de llegar con el tijeretazo de 156,8 millones anunciado esta semana.
El Principado ha sido una de las últimas comunidades en presentar su ajuste. Otras, quizás en situación extrema, ya lo tenían perfilado desde finales de agosto. En el contexto general, el de Asturias no parece de los más severos. Los euros a perder aquí -un 3,8% del Presupuesto frente a porcentajes del 10% al 20% en otras comunidades- son relativamente livianos respecto a los 4.400 millones de Cataluña, los 1.400 millones de Valencia, los 1.185 millones de Castilla-La Mancha o los 1.000 millones de Extremadura. Suponen, más o menos, la mitad de los que recortarán Galicia y Navarra y superan en un tercio a los de Cantabria. Murcia, una autonomía uniprovincial muchas veces utilizada como referente comparativo para Asturias por tamaño y peso similares, va a ahorrar 800 millones de euros.
Que en esa visión de conjunto Asturias haya evitado pedalear en el pelotón de los más perjudicados no exime de responsabilidad a los anteriores gobernantes. Su torpe gestión y sus variadas veleidades improductivas nos han traído hasta aquí. Sí obliga al actual Ejecutivo a detallar con pelos y señales «la pesada herencia recibida», mantra para defenderse ante cualquier crítica, sea por lo que sea y provenga de donde provenga, pero, sobre todo, a tratar de abordar los problemas con honradez y eficacia.
Emplear tiempo en analizar la situación no ha resultado suficiente garantía para que los asturianos puedan hacerse una idea concreta de la poda que nos espera. El plan adolece de claridad. Ni el presidente regional ni el consejero de Hacienda han querido salir de la espesura de los números genéricos. Sólo las partidas más populistas -mil teléfonos móviles, trescientos coches oficiales- están especificadas. No así las carreteras y otras obras de saneamiento e hidráulicas que van a sufrir demora o dormir en el cajón del olvido.
Aunque sus costes disten mucho de los de otras cadenas faraónicas, poner en marcha una televisión autonómica para atender una demanda ya ampliamente cubierta no figuraba entre las necesidades perentorias de Asturias. Públicos o privados, los medios que gustan a los políticos son los que pueden manipular a su antojo. El actual reparto de fuerzas impide al Gobierno el control absoluto e inmediato del ente de comunicación regional. La expeditiva retirada de la subvención de 11,3 millones, provocando su muerte por asfixia, no es quizá la mejor manera de abordar el problema, ni la más respetuosa con las ochocientas personas a las que, directa o indirectamente, ahora proporciona trabajo. Fue en su momento un error de Areces poner en marcha la RTPA y podría ser otro desmantelarla sin un plan ordenado que aleje la medida de cualquier posible interpretación revanchista e interesada.
Gobernar sin déficit es socialmente caro: hay que hacer renuncias y explicarlas sin trucos a los electores. Sólo así tomarán decisiones informadas. Eso choca con los partidos, cuyo único horizonte es el ciclo electoral y el sometimiento de los recursos a la cortedad de miras de su día a día. Hacen falta ideas estratégicas y pensamiento a largo plazo. Actuaciones sin medias tintas, o nos vamos al garete sin tardar.
Tendremos los servicios o el Estado del bienestar que seamos capaces de pagar. El recorte en Asturias era ineludible. La vaguedad y el escaso detalle al afrontarlo, la primacía en buscar culpables antes que soluciones, hacen inevitable pensar en una cortina de humo para envolver otros afanes. Así es que nadie habla de lo más urgente: lo imprescindible para que los jóvenes asturianos de mañana no se conviertan en la primera generación que vive peor que sus padres o que se ve forzada a recurrir a la emigración, en condiciones parecidas a las de sus tatarabuelos.
Los gobiernos de doble moral confunden la transparencia con la propaganda. Predican una cosa, persiguen otra y buscan planteamientos de dominio. Ya sabemos que los déspotas contribuyen incluso más que la pobreza a los conflictos y las guerras (lo ha dicho en Oviedo la economista Marta Reynal-Querol) y que el caudillismo está en contra de la democracia (según el ex ministro Otero Novas). Cuando la tutela se corrompe refluyen, tal como escribió Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, el dogmatismo, el afán de vigilancia sectaria de los espíritus, el ciego proselitismo doctrinal, tantas formas de opresión y de coacción que «en vez de disponer gradualmente al hombre para su emancipación procuran disponerlo para perpetuar su servidumbre».
¿Qué piensa hacer el Principado para que Asturias crezca, salga de la atonía, fortalezca el tejido empresarial sano y nazca otro nuevo? ¿Cuál es la receta para dotar de competitividad duradera a una economía tan herida? ¿Cómo garantizar la cohesión evitando que las diferencias, la más lacerante entre quienes poseen un trabajo y quienes no, acaben por reventar las costuras de la sociedad? Hay que decir la verdad a los asturianos en vez de engañarlos sin escrúpulos con falsas promesas para conseguir su voto y olvidarse de ellos hasta las elecciones siguientes. Y hay que contribuir a crear unas reglas de juego iguales para todos, pero con una atención singular a los mas débiles, que ayuden a resolver sus problemas.
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