Las manos que mueven la sanidad
Cierre los ojos. Imagine el Hospital San Agustín sin celadores: ¿quién llevaría los enfermos desde Urgencias a las unidades de hospitalización? ¿O en el propio servicio de Urgencias? ¿Cómo se adaptaría la mesa del quirófano para una determinada operación? ¿Cómo llegarían los medicamentos a las plantas? ¿O la correspondencia? Imagine, ahora un centro de salud sin personal subalterno. ¿Quién se encargaría de que todo estuviese listo a primera hora? ¿Qué profesional trasladaría al paciente impedido?
Son algunas de las funciones que ejercen los celadores o personal subalterno en el Área Sanitaria III, en total 107 profesionales distribuidos entre atención primaria y especializada, con una misión sencilla pero, al tiempo, fundamental de apoyo a la actividad administrativa y sanitaria.
Y allí, entre ambos mundos, se encuentran estos profesionales que, en ocasiones, resulta difícil de distinguir entre todo el personal de los centros de salud.
«Ellas suelen ser enfermeras; a nosotros nos suelen confundir con médicos», comenta Antonio Saavedra, celador desde 1986 y que actualmente trabaja en el retén del Hospital San Agustín, el equipo encargado de la asistencia a las plantas del centro. Y es que, ante muchos usuarios, estos profesionales suelen pasar desapercibidos. No es por la falta de contacto, pues desde la entrada por Urgencias es uno de los estamentos que más tiempo pasan en contacto con el paciente. «En el centro de salud, terminas siendo como uno de la familia; incluso algunas personas, especialmente mayores, te llaman cuando llegas para que las saludes», comenta Antonio Rodríguez Domínguez, ’Tony’, celador desde 1991.
«Una vez en el quirófano, preparando una cesárea, la chica me cogía de la mano y me decía que no me fuese. Allí estuve hasta que la sedaron», recuerda Montserrat Pire, celadora adscrita al servicio de quirófano que, además del traslado de pacientes, se encargan de aspectos como adaptar la mesa a las características de la intervención.
«Lo que más me gusta es el contacto con el paciente», afirma Carmen Herrero, celadora en el Servicio de Urgencias, donde reciben el enfermo y los trasladan al triage.
Relación con los pacientes
Si en algo coinciden los celadores con quienes conversó LA VOZ DE AVILÉS es que la relación con los pacientes es la dimensión más importante en su actividad, sencilla pero sin la que el sistema se atascaría. «Lo que hacemos parece sencillo, pero aportamos calidad y calidez a nuestro trabajo. En el tiempo que llevo de celador, veo que el 90% de los compañeros hacen un trabajo admirable, comprometidos con el paciente», asegura Antonio Rodríguez Domínguez, ’Tony ’, celador en el Centro de Salud de Villalegre- La Luz y que trabaja como tal desde 1991.
Por eso no es de extrañar que, de forma periódica, los celadores participen en los cursos de formación, tanto del Servicio de Salud del Principado de Asturias como del Instituto Adolfo Posada. Los cuatro reconocen una voluntad de mejora permanente en su trabajo.
Ellos son cuatro de los 129 celadores del Área Sanitaria III y sus palabras buscan reflejar el día a día de un colectivo repartido entre Atención Primaria y el San Agustín. Se trata de un estamento donde la presencia de la mujer es mayoritaria, ya que representan hasta el 80% de la plantilla.
En Primaria, los subalternos se reparten entre los centros de salud. Tan sólo el consultorio de Llaranes cuenta con un celador por la densidad de población que atiende.
El número de celadores en el Hospital San Agustín varía en función del día: 79 los días laborales y 43 los sábados, domingos y festivos. Se distribuyen por todo el hospital, desde el retén que atiende a las unidades de hospitalización al correo interno, almacén general, consultas externas, Anatomía Patológica o Urgencias.
«El trabajo en Urgencias es mucho más variado y es uno de sus atractivos. En las plantas se encuentra todo más protocolizado», comenta Carmen Herrero.
«El trabajo en Primaria coincide con el Hospital en el trato directo con el paciente. Al ser un centro más pequeño, terminamos haciendo de todo. Desde encargarnos de que el centro esté listo a primera hora a trasladar a los pacientes», asegura Tony.
Una actividad intensa y donde las relaciones personales resultan más importantes de lo que puede pensar. «El buen ambiente es fundamental. Trabajamos con grandes profesionales que, además, son grandes amigos, como se ve en las despedidas por una jubilación o en algunos momentos en los que se relaja la actividad», comenta Saavedra. Esa empatía no sólo se produce entre los celadores, también con facultativos y resto de profesionales que saben que en ellos encuentran valiosos colaboradores.
«En un centro de salud, el celador es el único profesional que está en relación con todos los equipos y, de esa manera, sirve como unión entre ellos», comenta Antonio Rodríguez.
Las dimensiones del Hospital y su propio ritmo hacen imposible esa función; pero ello no impide que su trabajo supere los límites del Estatuto del Celador de 1971. «Ahora, tenemos el triage para ordenar la atención a los enfermos; pero cuando llega un paciente muy grave siempre procuramos avisar a las enfermeras», asegura Carmen Herrero.
«El trato con el paciente es muy importante. Intentamos tranquilizarles y darles apoyo emocional, nuestro trato es más personal. Recuerdo que una vez, un paciente, me pedía que no le hiciera de reír más porque le dolía la herida», asegura Pire. «A veces no podemos pasar más tiempo con el paciente porque tenemos más trabajo», comenta Saavedra.
Esa situación también se vive en Primaria. «En más de una ocasión, hemos visto como un paciente se desmoronaba en el mostrador y se ponía a llorar; íbamos con él a un lugar con más discreción y hablamos, y nos contaba cosas de una enfermedad o de su vida que no sabíamos», recuerda Antonio Rodríguez.
Ese cercanía con los pacientes también les convierte en testigos privilegiados de momentos tan duros como es la muerte. «La enfermedad de niños y los accidentes de tráficos con jóvenes es lo más duro. Una vez, me impactó tanto uno que no estuve tranquila hasta que supe que mi hijo estaba bien», recuerda Carmen Herrero.
Antonio Saavedra asegura que «nunca olvidará» una guardia en el Materno Infantil donde, sin avisarle, llegaron en un coche con un niño atropellado, totalmente ensangrentado. «Lo pusieron en mis brazos y salí corriendo buscando un médico a gritos. Era un niño de 5 años, un coche lo había pasado por encima; terminó muriendo», resume.
La situación no cambia mucho en Primaria. «Lo más duro es la enfermedad de un compañero, de un familiar; la muerte de un niño; cuando vivimos el proceso de una enfermedad en una familia», asegura Tony. Todos coinciden que «con el tiempo, te acostumbras a estas situaciones; aunque cuando te tocan más de cerca por ser un familiar o un compañero te siguen impresionando». Antonio Rodríguez señala que «solemos hablar mucho entre nosotros y también es algo que nos ayuda».
Aunque a veces pasan cosas sorprendentes. «Una vez, entré en una habitación y tropecé con un paciente. Pedí disculpas, pero ni se inmutó. Dije al compañero de habitación: menudo sueño más profundo tiene. Al rato, me llamaron para una autopsia y cuando lo vi en la mesa de autopsias creí morir», comenta Montserrat Pire.
Más allá de la anécdota de confusión con médicos o personal de enfermería, los celadores lamentan que apenas sean reconocidos como tales por los usuarios. «Los pacientes ingresados valoran nuestro trabajo positivamente, pero luego, cuando lees las notas de agradecimiento, nunca aparecen los celadores», comenta Montserrat Pire, «sólo recuerdo un caso que citaba expresamente a los celadores».
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